martes, 15 de diciembre de 2009

Día 7.

Conforme iba conduciendo la ira se iba apoderando mas y mas de mi cordura. Apretaba el volante con tanta fuerza que las uñas se me clavaban en las palmas de las manos, haciendome sangre. Pero yo no sentia dolor, solo rabia, solo odio.
En la radio sonaba una cancion famosa de los años 80, muy suave, con un volumen ambiental. Y yo seguía conduciendo por carreteras secundarias muy oscuras, a las afueras de la ciudad. No sabia donde iba y tenia que tener precaución, pues llevaba los faros apagados para que no se percataran de la vieja chatarra en la que iba.
El coche negro giró a la izquierda, por un camino estrecho de piedras. Era otro club.
Pero era el club personal de el Bolo, aunque obviamente yo aún no sabia eso.
Los hombres salieron del coche, fueron hacia el maletero, lo abrieron, el estaba dentro medio incosciente, le volvieron a dar con la culara de la pistola para que no se despertara y le sacaron con mucha brusquedad, tirandole al suelo como si de un saco de cemento se tratara.
Dos prostitutas se acecaron medio desnudas, contoneando su marchito cuerpo desgastado con los años por la droga, el alcohol y las palizas. Iban provistas de cuerdas y cinta adhesiva, le ataron de pies y manos mientras los hombres se fumaban un cigarro. Cuando los 4 terminaron, entraron dentro con el a rastras.
Mi corazon latia a mil por hora, mis manos sudaban, sentia que mi alma se desbocaria en cualquier momento, pero cogí mi pistola y la cargue.
No sabia como lo haría, noquear a los seguratas? Intentar entrar por las buenas? Haciendome pasar por una de esas zorras?

Aquella noche yo solo era una zorra mas a la que matar. Pero eso tampoco lo sabía.

Salí del coche, el club tenia una especie de cantina en la parte trasera.
'Me tomare un wishky y observaré la situación'
Caminé sigilosamente para no llamar mucho la atención y me adentre en la oscuridad de aquellas puertas rojas que olían a infierno y a perversión.

Día 6

Como una oruga, poco a poco me deslicé fuera de la oscuridad. Y con un esfuerzo casi heróico, conseguí entreabrir los ojos.
La luz se filtraba por la abertura de mis párpados y parecía mutilarme las pupilas.
Dicen que cuando uno de tus sentidos se debilita, los otros cuatro se intensifican. Y así pude sentirlo yo.
Tenía un regusto pastoso en la boca, medio amargo; la clase de sensación de despertarse una mañana tras llevar más horas de letargo que las necesarias.
Necesarias me serían unas tijeras en ese momento, pues el tacto me decía que estaba maniatado.La presión en los tobillos no pronosticaba mejor suerte que con las manos.
Manos invisibles que parecían abrirme las fosas nasales para que entrase el olor oxidado, corroido y añejo de la sangre seca cuando forma una película espesa repartida por el suelo.
Por el suelo venían los estímulos que llegaban hasta mis orejas, en forma de pasos. Los pasos de un calzado con tacones, unos pasos que para alguno de los hombres que frecuentaba el Club Luna Roja podrían haber significado placeres extremos, a mí no me esperaba eso, me gritaban mis sentidos.
La voz llegó desde no muy lejos frente a mí, despiadada, cruel y burlona.
- ¿Ya te estás desperezando, princesa durmiente?
La vista seguía jugándome malas pasadas, pero vislumbré entre las luces danzantes el rostro de la mujer, con sus labios pintados de rojo como fresas transgénicas, de pigmento exagerado, expulsando esas palabras irónicas, con un anuncio de dolor cifrado en ellas.
El chapurreo de la furcia de Bolo continuó:
- Ha llegado a mis oídos que has elegido al hombre equivocado para tomar el pelo.
Exhalé una especie de bufido.
La puta se abalanzó como un rayo y me agarró fuerte el pelo. Una punzada de dolor clavó sus garras en mi cabeza.
Pero ahora, con su cara cerca de la mía, con su boca cerca de mí expulsando su aliento a ron y miserias, pude ver su cara con claridad.
Ña cara de facciones cansadas que reflejaban una vida dura y sin ilusión, surcada por dos grotescas cicatrices, como una carretera de muerte.
-No estás en condiciones de permitirte hacerte el macho, así que seré clara. Tienes dos opciones. Completa el encargo. La otra puedes imaginar cual es.
La escupí a la cara.
Y ella se retiró de mi, con la misma lentitud que la saliva resbalaba por su mejilla.
Se secó con el vestido, se agachó, cogió el bate.
La zorra se tomó todo el tiempo del mundo, y más.
Lo único que pude hacer para amortiguar el primer golpe fue cerrar los ojos. El silbido veloz y su causante se me hundieron a un lado de la cara, y me saltaron dos dientes.
El siguiente fue directo a la nariz, se fracutró.
El tercero fue directo a la frente, con una fuerza maliciosa que nos volcó a mí y a la silla hacia atrás.
Todo paró.
Ella dijo algo como que me daba 20 minutos para recapacitar, que se iba a la cantina mientras.
Y allí estaba yo de nuevo, ciego, esta vez con los ojos inundados de la sangre que manaba de mi frente.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Día 5.

Le vi desvanecerse y vi como su rostro se tornaba rojo. La ira se despertaba dentro de mi y la angustia presionaba mi garganta impidiéndome respirar.
Observé sus ojos apagándose, antes de caer rendido y comprendí la tenue expresión de su mirada. Entonces me di la vuelta y corrí hasta el contenedor de basura al otro lado de la calle. Me metí dentro y observé la situación.
Arrastrando su cuerpo por el frío y sucio asfalto, y con una violencia innecesaria le introdujeron en el maletero. Saqué mi pistola, y cuando aquel coche negro pero poco discreto hubo arrancado, salté sobre la acera. Me acerqué sigilosamente a un semáforo cercano, y ya no tenía miedo, ni tampoco sentía nervios. Mi fuero interno ardía de ansias de venganza.
Un destartalado Wolkswagen estaba parado y me acerqué a la ventanilla del conductor, un jóven que no sobrepasaba los 30 años. Genial, pensé para mí misma. sonrreí y le di unos suaves golpecitos a la ventanilla, girose extrañado:

- Verá, me he perdido por aquí y me gustaría saber dónde podría encontrar un motel que esté cerca de esta zona.

El chico se confió demasiado, y no era su día de suerte.

- Aquí cerca hay uno, apenas está a 3 manzanas al oeste. Si quieres... puedo acercarte.

- Genial,pensé.

Di la vuelta y entré en el coche por el lado del copiloto. Me senté. Tranquilamente le puse la pistola en la sien.
Él se horrorizó.

- No grites, o te lleno el cerebro de plomo.
(Sus músculos se tensaron, pobrecito)

-Sal del coche tranquilamente. Me lo vas a prestar unos días, te lo devolveré cuando no lo necesite.

Me miró de reojo, sus ojos cristalizados de miedo me miraban suplicantes.

- Sal del coche ya.

Lentamente, abrió la puerta y salió mirándome con ojos desconfiados. Una vez hubo cerrado, corrió como alma que lleva el diablo.
Me puse al volante y aceleré. Comencé con la búsqueda de aquel coche negro cuya matrícula había apuntado en mi brazo.

Día 4

Tan pronto como me hube despojado de todos mis remordimientos, abrí la puerta de la habitación de motel y la dejé atrás para siempre.
Al salir del edificio, una ola de gélido viento empezó a cortarme la cara como cuchillas mientras andaba en la noche recordando un viejo lugar al que alguno de los peces gordos solía ir, y al que acudí la primera vez que me encargaron un “trabajo”.
El Club Luna Roja.
Apenas quedaba a unos kilómetros del lugar, asique me dispuse a andar hacia la meca de las perversiones de aquellos buitres.
Al entrar, y mientras mis pupilas se adaptaban al cambio de iluminación, una fragancia dulzona a incienso inundó todo mi ser. Definitivamente estaba en el Club Luna Roja.

Al fondo pude apreciar como en una de las esquinas peor iluminadas se distinguía la peculiar forma de la cabeza de Orson Smith, uno de los hombres que había estado dándome trabajo durante los últimos meses, y que según había oído, siendo joven tuvo algún tipo de fractura craneal, de ahí su nombre “Bolo”.

Me acerqué a él, y me recibió con un cordial ofrecimiento para invitarme a una copa, el cual rechacé, quería solucionar aquello cuanto antes, y olvidarme del tema.

Nunca olvidaré la expresión risueña de su cara al recibir la noticia de que no mataría a la mujer que amaba, aunque tuviesen que pasar por encima de mi cadáver.

Dicho y hecho. Tonto de mí, me introduje en la boca del lobo dócilmente.

Me invitó a discutir mis razones fuera, le seguí. Las únicas palabras que dijo fueron: “No es una opción factible”.
El zumbido me golpeó fríamente, y para cuando se apartó de mí, pude ver una mancha de sangre rojiza en mi costado extendiéndose como un cáncer, antes de perder la perspectiva logré fijar la vista en el fondo de la calle, la mujer por la que toda esta locura había empezado, se acercaba lentamente.



Me desplomé.

Día 3.

Estaba sentada en el bordillo de la acera. En la cajetilla solo habian dos cigarros y tenia otro en la boca. Los avisos de muerte, no me importan. No habian estrellas en mi cielo aquella noche, y me gustaba pensar que en el suyo tampoco.
No estaba cansada de buscar, solamente la desesperación me impedia caminar y me senté, en aquel bordillo, a mirar la fachada sin pintura del edificio de enfrente.
Y pensé. Durante mucho tiempo, me pareció una eternidad. ¿Donde puede estar? Solo estaba su cara en mi cabeza y no podia imaginar el lugar donde se encontraba. Sabia con certeza que no habia vuelto a casa. Se habia marchado, y no quiero creer que no va a volver.
No. No es tan cobarde como para irse de repente, escondiendose en la oscuridad.
Él no es así.
Me levanté y pisé la colilla. Cerré los ojos y tiré el humo rápidamente y me puse a caminar.
Seguia sin haber nadie en la calle, las farolas estaban medio fundidas y la luz naranja que desprendian parpadeaba.
El asfalto estaba agrietado, y no habia coches. ¿Era esa de verdad una ciudad fantasma o solo imaginaciones mias?
Quise gritar, pero me daba miedo que alguien que no fuera él me oyera. Así que corrí, pero seguia igual.
Mi única dirección era hacia ningun lugar.
No pude mas y me derrumbé. Debian ser las 4 de la mañana, y sola, a esas horas sin dinero ni telefono no iba a llegar a ningun sitio, así no iba a encontrarle.
Me volví a casa.
Dejé las llaves en la mestia de la entrada, al lado de un monton de sobres y papeles que pensé que debian ser facturas y propaganda. Conforme pasé, mi mano hizo que algunos de esos papeles se calleran.
Entre esos papeles, habia una tarjeta.

Club Luna Roja.

Día 2

Aquel nombre escrito en la perfecta caligrafía de los impresos oficiales me llegó como un golpe directo a los riñones.
La orden era clara y directa, al alba su cuerpo debería permanecer frío e inerte para siempre.
Una vez conseguí asimilar la noticia, miré su figura tendida sobre la cama, todavía podía sentir su calor cerca de mi… agarré mi Beretta 92 y salí por la puerta aprovechando que todavía dormía.
Las horas siguientes a todo aquello pasaron sutiles y silenciosas, mientras no podía evitar pensar en otra cosa que no fuese en alejarme lo máximo de ella, y esconderme por una temporada lejos de los acechantes ojos de esos hombres… tomé el primer tren y desaparecí fundiéndome con la noche.

Volé de mi nido junto a ella, por primera vez en mucho tiempo volvía a sentir el miedo que muchas veces se había apoderado de mí, dicen que es el miedo lo que da alas a los hombres.

Y después de pasar pocas horas en la fría cama de esta destartalada habitación de motel, he decidido levantarme, y no puedo dejar de pensar en que me gustaría ser ahora mismo tan fuerte como ella es, la vida ha vuelto a traicionarme una vez más.

Día 1.

Agonía. Que agonía que no me deja respirar, y cada vez me cuesta más y más. Lo veo todo negro, como un túnel sin fin... y de pronto...
Me incorporo de la cama rápidamente. El corazón se me desboca y la sabanas están empapadas. En su lado de la cama, hay un enorme vacío. Su aura ausente me llama a gritos, o quizás sea yo la que le necesite ahora.
Dónde se habrá metido? Le extraño y solo fue una pesadilla. Pero parecía tan real que me da pánico solo de pensarlo. Odio ser tan dependiente de alguien. Todo ese cinismo que antes me caracterizaba se ha marchado, lo ha limpiado él.
No está en el salón, ni en la cocina, ni en el baño.
Y me asomo al balcón con la esperanza de verle volver a casa. Me enciendo un cigarro y en la primera calada siento como mis músculos se relajan. Me dejo apoyar en la barandilla y noto como el sabor del humo inunda mi garganta hasta mis enfermos pulmones.
La luna canta y no es a mi. Te está buscando como yo.
Y la desesperación va aumentando.
Tengo ganas de vomitar, si no vuelves pronto me pegaré un tiro en la cabeza. Voy a llenar este puto sofá de visceras que me gustaría que luego limpiaras con la lengua.
Ven pronto o gritaré.
Ven ya o voy a llorar.
No quiero llorar, sabes que lo odio.
A la mierda.
Me pondré unos pantalones y saldré a buscarte, aunque no sepa donde diablos estas.
La noche me persigue y si apoya en mis hombros, esta presión me impide caminar.
No se por donde empezar, eres un tipo excéntrico y podrías haberte marchado al fin del mundo.
No hay nadie en la calle, ni ruidos de motores, ni la voz de la gente, ni un triste gato escondiéndose entre una sombra. Solo estamos los dos en esta ciudad, despiertos, divagando entre un mar de asfalto en silencio.
Pero no sé donde estas.
Yo sola no sé sobrevivir en este horrible lugar.
Dónde estas?