martes, 15 de diciembre de 2009

Día 6

Como una oruga, poco a poco me deslicé fuera de la oscuridad. Y con un esfuerzo casi heróico, conseguí entreabrir los ojos.
La luz se filtraba por la abertura de mis párpados y parecía mutilarme las pupilas.
Dicen que cuando uno de tus sentidos se debilita, los otros cuatro se intensifican. Y así pude sentirlo yo.
Tenía un regusto pastoso en la boca, medio amargo; la clase de sensación de despertarse una mañana tras llevar más horas de letargo que las necesarias.
Necesarias me serían unas tijeras en ese momento, pues el tacto me decía que estaba maniatado.La presión en los tobillos no pronosticaba mejor suerte que con las manos.
Manos invisibles que parecían abrirme las fosas nasales para que entrase el olor oxidado, corroido y añejo de la sangre seca cuando forma una película espesa repartida por el suelo.
Por el suelo venían los estímulos que llegaban hasta mis orejas, en forma de pasos. Los pasos de un calzado con tacones, unos pasos que para alguno de los hombres que frecuentaba el Club Luna Roja podrían haber significado placeres extremos, a mí no me esperaba eso, me gritaban mis sentidos.
La voz llegó desde no muy lejos frente a mí, despiadada, cruel y burlona.
- ¿Ya te estás desperezando, princesa durmiente?
La vista seguía jugándome malas pasadas, pero vislumbré entre las luces danzantes el rostro de la mujer, con sus labios pintados de rojo como fresas transgénicas, de pigmento exagerado, expulsando esas palabras irónicas, con un anuncio de dolor cifrado en ellas.
El chapurreo de la furcia de Bolo continuó:
- Ha llegado a mis oídos que has elegido al hombre equivocado para tomar el pelo.
Exhalé una especie de bufido.
La puta se abalanzó como un rayo y me agarró fuerte el pelo. Una punzada de dolor clavó sus garras en mi cabeza.
Pero ahora, con su cara cerca de la mía, con su boca cerca de mí expulsando su aliento a ron y miserias, pude ver su cara con claridad.
Ña cara de facciones cansadas que reflejaban una vida dura y sin ilusión, surcada por dos grotescas cicatrices, como una carretera de muerte.
-No estás en condiciones de permitirte hacerte el macho, así que seré clara. Tienes dos opciones. Completa el encargo. La otra puedes imaginar cual es.
La escupí a la cara.
Y ella se retiró de mi, con la misma lentitud que la saliva resbalaba por su mejilla.
Se secó con el vestido, se agachó, cogió el bate.
La zorra se tomó todo el tiempo del mundo, y más.
Lo único que pude hacer para amortiguar el primer golpe fue cerrar los ojos. El silbido veloz y su causante se me hundieron a un lado de la cara, y me saltaron dos dientes.
El siguiente fue directo a la nariz, se fracutró.
El tercero fue directo a la frente, con una fuerza maliciosa que nos volcó a mí y a la silla hacia atrás.
Todo paró.
Ella dijo algo como que me daba 20 minutos para recapacitar, que se iba a la cantina mientras.
Y allí estaba yo de nuevo, ciego, esta vez con los ojos inundados de la sangre que manaba de mi frente.

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